III

I

El cielo se cierra en banda y la banda se queda en silencio.

Un silencio que escudriña mis entrañas como tu mirada.
Me duelen mis dedos de tuareg del frío de escribir.
Sin embargo me parto la boca por seguir así.

Desatadme en mitad de la tormenta;
y escribiré.

La apatía es la muerte.
Y mientras se congelen mis dedos sobre el teclado,
sabré que estoy en lo cierto.

Parpadeo para azuzar las brasas de mis pupilas,
y incinero el papel que encuentro delante,
como una calada sin placer,
o un vómito de fuego.

El fuelle de mis pestañas enciende la mugre de la ciudad
y la luz se esconde entre los rincones de la habitación,
tu pecho desnudo,
mi hambre de escribir,
y las palabras que se arremolinan inútilmente en el papel.

II

Frente al tiroteo del alma y el cuerpo,
me desvanezco en otro poema,
granuja convencido
y borracho de tus piernas.

Apuñalo el hermetismo.
Ando Como Nunca Nadie Andó.
Y no piso más pisada que la mía.
La ley ha muerto bajo el yugo de los ángeles corruptos.

Pero tú haces filigranas de sueños
con mi libertad de plomo.

III

Yo ya sé
que solo al filo del llanto
se conoce a la Lágrima;
que el precipicio de la Verdad
está lleno de grietas y escalones.
Y que solo bordeando esta existencia ignota
puede sobrevivir uno
sin asfixiarse en la niebla.

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